Melvin Cantarell Gamboa
03/01/2023 - 12:05 am
El planeta y sus enemigos III
Por nuestro bien, no debemos permitir que el conocimiento científico y sus aplicaciones técnicas sigan favoreciendo no a una minoría insignificante de la población del planeta, sino a la humanidad entera.
CIENTÍFICOS, POLÍTICOS Y MEGA CAPITALISTAS
En diciembre de 1926, Max Born, uno de los genios creadores de la física cuántica, escribió a su amigo Albert Einstein que la ciencia sería la causa de todos nuestros males, que ningún científico podía permanecer neutral frente a las consecuencias de su trabajo, sin importar cuan marfilada fuera su torre, por lo que le horrorizaba la gran cantidad de aplicaciones militares, incluidas nuevas tecnologías, que la ciencia había ayudado a desarrollar. “La ciencia, escribió, tiene funciones sociales, económicas y políticas y, por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana”. (Carta a Albert Einstein, 4 de diciembre de 1926). El temor de Born al mal uso de la ciencia y el papel que el desarrollo capitalista asignó al científico se ha cumplido, lo que no previó es que las conquistas del conocimiento desembocaran en la pesadilla que anuncia un final trágico.
Al parecer algunos científicos no saben distinguir entre lo posible y lo imposible, pues no alcanzan a separar lo sensato de lo insensato a causa de no querer chocar con sus empleadores, los detentadores del poder económico: su apetencia de continuar manteniéndose en el centro del saber y las prerrogativas que este otorga ha modificado en ellos la economía de su inteligencia; pareciera que en ellos se confirma la sentencia de Charles Richter, “somos más estúpidos en nuestras acciones cuanto menos ignorantes somos”.
Suponemos que el científico posee un saber reflexivo, pues son las personas más informadas en su campo, de ser cierto, nadie mejor que ellos para explicarnos con “peritas y manzanas” lo que verdaderamente está afectando al planeta; sin embargo, se muestran reacios a decirnos qué está sucediendo, a qué nos enfrentamos y, en consecuencia, a qué nos exponemos; si no ocultan nada y están proponiendo soluciones correctas ¿Por qué no hay avances significativos en las COP? ¿Prefieren, acaso, decir lo que sus patrones quieren escuchar o se declaran impotentes por miedo a exponer al sistema y denunciar ante el mundo que es la actividad industrial y la economía de mercado las causantes del actual desastre ecológico? Antes que el destino de la humanidad, prefieren continuar siendo parte de una élite privilegiada ¿Por qué retrasan su ruptura con el estatus quo?
Los hombres y mujeres que conforman el mundo académico y los investigadores, lo quieran o no, son simples trabajadores intelectuales y parte de la sociedad; el ser científico se refiere a una habilidad, un oficio especializado que se distingue por constituir conocimiento riguroso, metódico, sistemático y verificable, que el sistema ha proletarizado; es cierto, su saber es poder, pero la utilidad de esos saberes está comprometida, desde un punto de vista ético, con el fortalecimiento de la clase capitalista y su dominación; predomina en el científico una idea burguesa de la ciencia y la pone al servicio del perjuicioso, por ejemplo: algunos “investigadores”, se prestaron para afirmar que el refresco Coca-Cola es “bueno para la salud”, pues proporciona una alta cantidad de calorías. Por consiguiente, ante la falta de resultados concluyentes en la solución de la actual crisis ecológica y que los problemas no presenten vías de resolución, quepa la sospecha de que esto se deba a que algunos científicos prefieren no tomar riesgos ni romper con sus paradigmas para no comprometer su confort, prefieran engañarse a sí mismos y, de paso engañarnos al resto de los mortales.
Si tomamos en consideración la psicología del engaño, tan cara a nuestras actuales relaciones humanas, la respuesta es sencilla: vivimos una época cínica que choca con las estructuras más elementales de la consciencia moral; en consecuencia, la actitud y el pensamiento de algunos científicos, a la que hay que sumar la de los gobernantes, burócratas y mega ricos, no escapa a esta tendencia, solamente que en ellos se muestra en todo su realismo, saben perfectamente que es imposible establecer, en este tiempo y espacio, una solución de raíz al problema de los contaminantes sin sacrificar nada y ninguno de ellos está dispuesto a privarse de nada que ponga en riesgo su bienestar ni las ganancias. Lo que es conveniente develar es que científicos, gobernantes, burócratas y capitalistas utilizan el ocultamiento de la verdad como estrategia y como táctica exhibiendo así su cinismo con tosquedad.
Dice Peter Sloterdijk: “La voluntad de poder burguesa carece de ideales. Se caracteriza por ser una consciencia dura más dura que los duros hechos, consciencia que surgió del acecho mutuo de las ideologías, la asimilación de los contrarios, la modernización del engaño, situación que envió el saber al vacío y en la que el mendaz llama al mendaz mendaz. La época cínica, el acto de decir la (su) verdad, revela una relación de estrategia, de sospecha y desinhibición, de pragmatismo e instrumentalismo como maniobra de un yo político (el del burgués) que piensa en primer y último término en sí mismo, que interiormente transige y exteriormente se acoraza” (Critica de la razón cínica. Editorial Siruela).
En rigor, el papel de los verdaderos amos, los dueños del dinero, está condicionado, como lo dijimos en la entrega anterior, por el modo de producción capitalista que determinó la aparición y desarrollo del complejo industrial hipermoderno, que liberó un sistema en continua innovación, no solo en la producción, sino en todas las esferas de la vida, en especial, creando necesidades no naturales que obligó a la invención de satisfactores artificiales, nuevas tecnologías, nuevas ideas y nuevas formas sociales de consumo; si a esto sumamos la creencia de que es legítimo que un grupo reducido de individuos utilice y haga suyos, sin medida los recursos naturales disponibles a fin de acrecentar su riqueza y poderío, sin comprender que hay una línea que no puede cruzarse sin conducir a la destrucción del planeta y la existencia de la vida misma.
Los políticos y los gobiernos son las niñeras del sistema, en la lógica de este artículo, representan el eslabón más débil en la obsolescencia del sistema de producción capitalista-neoliberal ya que no está a su alcance ofrecer soluciones, se concretan a reproducir la voz del amo. Carecen de la fuerza suficiente para tomar medidas unilaterales, sus decisiones seguirán siendo improductivas e ineficaces, si no cuentan con la cooperación de los pueblos de aquellas naciones que menosprecian por considerar que no pueden abonar nada significativo; a pesar de que sus experiencias, modos y sabiduría de vida constituyen enseñanzas imposibles de ignorar. De los pobres puede aprenderse cómo vivir con sencillez, mesura y moderación, en consecuencia, su punto de vista es un referente importante para una novedosa política ecológica.
La ciencia, como puede deducirse de la carta de Max Born, no está condenada a ser la sirvienta de una tecnología dirigida a maximizar las ganancias de las diferentes ramas de la industria moderna, esta tendencia fallida puede invertirse. En los últimos doscientos años, y a partir de la revolución industrial, se optó por la instrumentalización del conocimiento para beneficio de los menos en tanto los perjuicios se generalizaron; ahora bien, si lo que se requiere en este momento son soluciones prácticas, materiales y eficaces es necesario hacerlo, con total desinterés, abandonar los conceptos, los idealismos, la creencia de que el saber es poder; Aristóteles definió la ciencia de su tiempo como teórica y desinteresada, por su pertenencia al campo de la sabiduría humana, no al conocimiento instrumental y utilitario. Si queremos recomponer el planeta, asegurar nuestra supervivencia, alejar el peligro, el dolor y la tragedia de los seres humanos, entonces, el compromiso ha de ser con los seres vivos que habitamos este mundo, con la sabiduría de vida, la generosidad y la benevolencia.
En la COP27, la discusión se redujo a la disminución de las emisiones de gases de invernadero, aun cuando a esto hay que sumar otra retahíla de focos contaminantes que también urge atender; ni el cambio climático ni otras formas de envenenamiento pueden aislarse, para ocuparse de los que provocan sensacionalismo por su espectacularidad.
El peor de los resultados de esa reunión fue, como comentamos al inicio, que el acuerdo se redujo a compensar, con un puñado de dólares, a los países pobres por los daños climáticos padecidos cuando los culpables acumulan todos los días miles de esos millones a diario. La caridad no borra daños ni perjuicios. Es más, la falta de claridad con respecto al papel que juegan en este asunto los científicos, como ya afirmamos, los hace aparecer como sirvientes del poder financiero y de los políticos. Debieran entender que el hombre de ciencia, a través de la tecnología, se manifiesta en toda su grandeza cuando regala a sus semejantes transformaciones que simplifican y hacen más fácil su supervivencia.
Nos negamos a creer que los científicos y los políticos elegidos por ciudadanos libres sean rehenes de un sistema que trata a la naturaleza con tanta irracionalidad. Por nuestro bien, no debemos permitir que el conocimiento científico y sus aplicaciones técnicas sigan favoreciendo no a una minoría insignificante de la población del planeta, sino a la humanidad entera.
Falso que la ciencia moderna sea autónoma, nació asociada a la clase burguesa para mantener la estructura dominante del mercado y su constante crecimiento para satisfacer una inagotable demanda de mercancías que ya no satisfacen necesidades “necesarias y naturales”, sino gustos artificiales basados en una tecnología altamente sofisticada y permanentemente cambiante acostumbrada a desechar productos que son útiles para disfrutar de las últimas novedades de la tecnología. (Continuará)
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